domingo, 5 de diciembre de 2010

La micro-ética

Esta sociedad del espectáculo nos impele a que nuestra atención y nuestro juicio se dirija a aquello que nosotros hemos creado de manera alienante y ahora se nos presenta como algo extraño y autónomo, como si se hubiera creado a sí mismo.

Así pasa, por ejemplo, con los casos de corrupción en el ámbito político, morbosamente reproducidos por los mass media. Se nos insta a que nos escandalicemos porque tal político recibió un sobre por votar tal ley favorable a determinado grupo de intereses. Esto tiene el doble efecto de que opinemos sobre la parte y no sobre el todo (el régimen político en el cual la corrupción es inherente no por la calidad moral de sus integrantes, sino por su misma estructura, que sirve a un sistema social donde una minoría explota a la mayoría), y que tengamos la mediocre satisfacción de erigirnos en jueces y verdugos de los corruptos expuestos por la cámara mediática, en vez de dirigir la mirada a otra parte: a nosotros mismos.

Obviamente, se puede hacer muchísimo más mal a la sociedad desde una posición de poder que desde la posición de persona común. Sólo a un nivel muy abstracto puede compararse la corrupción del funcionario y la coima a un policía para que no nos cobre una multa. La macro-corrupción y la micro-corrupción no pueden juzgarse de la misma manera, desde la super-ética kantiana del imperativo categórico. Pero eso no es excusa para ignorar la micro-corrupción y para no trabajar por una micro-ética, la ética de la vida cotidiana. Una ética para personas reales, de carne y hueso, con sus limitaciones y sus defectos.

Este artículo trata esa cuestión:

Micro ética o la modificación consciente de la vida cotidiana

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