lunes, 18 de junio de 2012

Periodismo e ideología

Por José Casas

Cuando se habla de ideología en comunicación social, un tema central es definir cuál es el concepto a partir del cual se entiende la información. En el caso de aquellos que sostienen que ésta es una mercancía, no caben dudas de que su adhesión ideológica esté relacionada con los tipos de pensamiento que promueven, por ejemplo, la hegemonía del mercado como mecanismo de resolución de las problemáticas sociales. En el lado opuesto, quienes defendemos la idea de que la información es un bien social sabemos que ello implica un compromiso de construcción y difusión democrático de la misma, donde lo monetario no determinará la agenda que guiará nuestra actividad periodística.
Ahora bien, en una de sus últimas ediciones el semanario Bamba ha puesto en tapa un debate sobre el periodismo local, bajo el siguiente título: “Día del Periodista: Informar y/o vender”. Hace tiempo que sabemos que hay varios comunicadores de nuestra ciudad que han hecho toda una carrera en base al segundo de los postulados, aunque –por lo menos de mi parte- nunca los había escuchado confesarlo tan crudamente…
Hasta hoy.
El conductor Ricardo Bissio, entrevistado por El Bamba, expresó que los candidatos a intendente en las últimas elecciones llevadas a cabo el año pasado tuvieron la posibilidad de hacer escuchar sus propuestas en su programa, siempre y cuando hubiesen llegado a un arreglo comercial con él: «Todos tienen compromisos directos o indirectos. En las campañas fueron todos a mi programa menos Curvino porque no llegamos a un arreglo comercial.” (ver: http://www.elbamba.com/secciones/interes-general/dia-del-periodista-informar-yo-vender/). Lo más curioso del caso, es que siguió diciendo: “La gente sabe que no tengo preferencia por ningún partido, trato de ser imparcial.” De esta manera, la imparcialidad bissiana entra en el difuso límite que trata de imponer el mercado que él mismo cree dominar, donde lo imparcial está dado entre quiénes sí ponen el dinero para ser escuchados. Y es aquí donde justamente entra a jugar lo velado de su parcialidad, pues al definir que el dinero fija el derecho de quienes quieren que se conozcan sus propuestas, es claramente parcial en cuanto le quita la posibilidad a aquél que no puede o no quiere llegar a un acuerdo semejante.
Pero eso no es todo. Antes de haber respondido con estas frases, había anticipado “mantenerse aislado de ideologías y «decir lo que quiere»”. Como lo hemos expuesto anteriormente, su accionar forma parte de una concepción ideológica que, por no ser explicitada, no quiere decir que no esté presente e incorporizada. En ese campo, su lógica mercantil de la información le permite creer que dice lo que quiere decir, porque es él y no el auspiciante el que impone las reglas de la relación comercial y periodística. Por ende, lo que trata de hacer aparentar como imparcialidad no es otra cosa que un acto de claro posicionamiento, donde fija parcialmente y de acuerdo a sus intereses qué, cómo, cuándo se va a decir lo que él quiere que se diga o se haga escuchar.

¿Quién domina a quién?
El pensamiento de Bissio nos ayuda a entrar a uno de los principales problemas que enfrentan los comunicadores locales: la independencia a la hora de fijar contenidos con respecto a los auspiciantes privados y públicos. En sintonía con Bissio, Santiago Solans, de El Diario, hace referencia a que su medio ha logrado “cierta independencia económica que permite articular, ampliar el esquema donde se juega […].” También en ese sentido parece expresarse Jorge Perea, conductor y productor de VCP Hoy, al afirmar que hay casos en que se decide que el contenido esté determinado por negocio o por la pauta pública, pero que no es su caso. En todos estos casos, los entrevistados dejan entrever que la precariedad de muchos emprendimientos hace que los mismos estén expuestos por la pauta publicitaria a condicionar los contenidos que dan a conocer, mientras que ellos, debido al éxito comercial que tienen, disfrutan de esa supuesta independencia económica que los libra de ciertas influencias de políticos o empresarios. Es decir, repiten el mismo concepto de Bissio: el éxito comercial los pone a resguardo de cualquier influencia económica o política, siendo la mejor garantía de su libertad para expresarse como quieran.
Más allá de todos los debates que pudiesen surgir de estas definiciones, hay algo que no retrotrae al título que impulsa el informe de El Bamba: al lograr la independencia económica, estos medios ¿informan o venden? Como dije al principio, el primer postulado hace referencia al compromiso social con la información; en el segundo, prima ésta como una mercancía a ser comercializada. En el caso de Bissio, sus palabras lo llevan a confesar que lo monetario fija su agenda informativa. En los otros surge la pregunta cuando accedemos a sus medios y observamos “notas chivos” donde, por ejemplo, nos muestran una entrevista a algún arquitecto de un futuro edificio al que la mayoría nunca vamos a tener la posibilidad de adquirir lo que ofrecen. En este contexto, es que nos preguntamos: ¿cuál es la importancia social de lo que se nos muestra a través de este tipo de noticias? Por supuesto, ninguna para la mayoría, pues el verdadero interés radica en la venta de esa información, porque en gran parte de lo que se trata es de conseguir del beneficiado por su difusión pública un futuro acuerdo publicitario. Mecanismo sutil, velado, invisibilizado de varias formas, pero que suele llegar en determinados casos a su más violenta expresión: la extorsión. ¿O cuántos comunicadores de la ciudad van a negar los ejemplos que conocen de medios que, para obtener una jugosa pauta publicitaria del municipio, indagan, escarban, manipulan y difaman a los funcionarios de turno (lo que la jerga periodística llama “pegar”) para negociar en las mejores condiciones posibles? Una vez logrado el objetivo, las tapas y editoriales cambian el eje y el tenor de sus miradas, volviéndose las mismas más contemplativas y concordantes con la acción gubernamental. Y, paradójicamente, es esto lo que nos quieren vender como la independencia que tienen a la hora de escribir y opinar. ¡Claro, si ya el consenso quedó establecido a través del mecanismo publicitario! Una vez que se paga, todo discurre por la aparente ilusión de que lo que decimos es lo que se nos antoja, mientras la autocoacción termina de hacer el resto. Para ellos, pues, la realidad que construyen –pero que muchos de ellos niegan que lo hacen, pues nos quieren hacer creer que “reflejan” una realidad única e inmutable- pasará por la buena acción del gobierno, lo beneficioso del nuevo edificio de veinte pisos a estrenar, las carteleras de teatros que vendrán en el verano, lo importante que son los proyectos de nuestros concejales, los detalles de algunos comicios vecinales que no salieron del todo bien, etc., etc. Lo malo, eso sí, provendrá de quienes se hayan atrevido a no darles ningún aporte financiero: ese funcionario que no los recibe, esa institución que no acepta pauta publicitaria, o ese político con el que nunca se puede acordar nada.

La falsa máscara del periodismo independiente
Pero así como el periodismo que vende información lejos está de actuar con independencia de criterios, también lo estamos quienes adscribimos al compromiso social con la información. Justamente, porque definimos a dónde vamos (la construcción de una sociedad justa para todos), es que no escondemos qué intereses nos mueven. El dinero, necesario para el sostenimiento de cualquier emprendimiento de este tipo, sólo sirve para eso: es un medio, pero nunca el fin último de lo que hacemos. Porque, en definitiva, lo que no existe es la independencia de criterios, sino la adhesión a cierto postulado ideológico, al cual adherimos de manera consciente o inconsciente. El hecho de que determinado medio puede ajustar su opinión o selección de contenidos a alguna/s pauta/s publicitaria/s no lo hace menos dependiente que otros que se golpean el pecho para, según ellos, decir lo que se les antoja. Todos, de un lado o del otro, estamos condicionados en lo que pensamos, decimos y/o hacemos, a través de múltiples y complejos mecanismos que operan de forma imperceptible, ayudándonos a construir una madeja de significados que nos permiten interpretar los hechos de la manera que más nos conviene –aún a costa de mentirnos hasta nosotros mismos- a fin de mantener un determinado estatus o posicionamiento dentro del campo periodístico.
En el caso de quienes venden información, sus principales adalides nos quieren hacer creer que por ser su objetivo último lo económico son independientes de lo político. Sin embargo, cuando construyen la información, seleccionan lo que se les antoja difundir, y opinan de todo lo que quieren opinar, no están haciendo otra cosa que política, porque detrás de todo eso hay una forma de ver, entender y practicar la vida. Y eso, precisamente, se llama ideología, la matriz de la política misma. ¿O van a decir que una mesa de café, en un medio autodenominado independiente, no es un hecho político, cuando opina e influye en la construcción de una determinada opinión pública?
Ya es hora de dejar atrás ese viejo y nefasto concepto del periodismo independiente, que aparece una y otra vez en forma subrepticia en muchos debates y análisis acerca de los problemas que afectan a la profesión. De allí que el dilema no sea informar y vender, sino informar o vender. Porque el periodismo, como todo otro oficio, se basa en una finalidad social, que no por esto deja de tener en cuenta el aspecto económico; se puede ganar más o menos dinero, pero nunca dejar de ser lo que se es. Cuando algunos anteponen el dinero al mandato de la profesión, lo que nos quedan son mercenarios de su información, que antes que periodistas bien vale llamarlos propagandistas. Se trata, en resumen, de una cuestión ética, la misma que empuja a los médicos a hacer su juramento hipocrático, en donde ponen su capacidad al servicio del bien común antes que cualquier apetito egoísta. El control de la información no es una cuestión inocua; puede movilizar a grandes cantidades de ciudadanos tras un ideal, y con ello controlar la vida misma de quienes reciben ese flujo de datos, opiniones y análisis.
Hoy, más que nunca, no podemos seguir mirando a otro lado, evitando nuestras responsabilidades como comunicadores sociales. Podemos tener distintas visiones, distintitas ideologías, pero no podemos mostrarnos indiferentes a lo que pasa. El periodista es también un ciudadano, pero para hacerle nombre a ese título tiene que conjugar lo mejor del mismo: pensamiento crítico, honestidad, responsabilidad y cientificidad en los argumentos. Ser independiente no puede significar nunca ser apolítico, estar “afuera” de lo que pasa a su alrededor, porque, como decía Rodolfo Walsh, independiente es sólo un club de fútbol.

1 comentario:

  1. En Gran medida Acuerdo con José y seguramente el tema da para debatir mas, sin dudas.

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